martes, 10 de septiembre de 2013

El fin del servicio militar obligatorio y la transformación de la guerra



Hans Lammerant, en El Fusil Roto
’Remote control precision warfare’. Source: Somin Belcher, Alamy, via Brokeronline.euEn Europa, el servicio militar obligatorio ha desaparecido prácticamente y ha dado paso a ejércitos profesionales con armas de alta tecnología. Esto se debió a una transformación de las estrategias militares y un cambio de los objetivos políticos de la política de defensa tras el final de la Guerra Fría.
El servicio militar obligatorio era apropiado dentro de las estrategias militares de la Guerra Fría. Los ejércitos de masas (compuestos en su mayoría de reclutas) estaban destinados a defender el territorio de un estado. Aunque la escalada armamentista entre los dos bloques también incluía armas de alta tecnología, la estrategia de masas incluía un amplio espectro de tareas militares que no requerían un gran conocimiento técnico. Los soldados no precisaban un entrenamiento largo antes de estar listos para desplegarse. Su papel era la potencial carne de cañón en las guerras de desgaste comparables a las guerras mundiales.
Dichas estrategias sólo funcionan en guerras en las cuales el objetivo político es visto lo suficientemente importante como para permitir que actividades, que causan muchas bajas, puedan ser presentadas como en interés de la población general.
El servicio militar obligatorio tiene sus orígenes en el matrimonio entre el nacionalismo y el estado. La Revolución Francesa transformó el estado, que llegó a asumir – al menos en el sentido ideológico – los ideales políticos y las identidades nacionales. La gente común se convirtió en ciudadanos, y a los ciudadanos se les podía pedir que muriesen por su país. Napoleón creó grandes ejércitos de reclutas y transformó la guerra en una batalla entre naciones en lugar de entre reyes. Esta transformación desembocó en el horror de las dos guerras mundiales. Continuando con la estrategia de la Guerra Fría en Europa, cuando grandes ejércitos de reclutas combatían unos contra otros, y se agravó por el chantaje nuclear de destrucción mutua.
Junto a esta batalla entre naciones, algunos otros países europeos también tuvieron otro negocio militar: el colonialismo. Por lo general, la guerra colonial no se libraba con reclutas sino con soldados profesionales. Los países podían convencer a su propia población para luchar como reclutas en la defensa de su propio país, pero convencerles para morir en la otra punta del mundo por un interés empresarial resulta menos fácil. Las intervenciones militares contemporáneas son, por lo general, llevadas a cabo por profesionales o voluntarios incluso en los casos en los que el servicio militar es obligatorio.
La descolonización tras la Segunda Guerra Mundial dio otra lección a las potencias coloniales. Cuando la gente desarrolla una idea común para deshacerse del invasor extranjero, y cuando están dispuestos a morir por ello en una resistencia tanto violenta como no violenta, es difícil mantener la ocupación. El invasor tiene demasiadas pocas botas sobre el terreno para continuar reprimiendo a la población. La mayoría de los regímenes coloniales contaban con ejércitos coloniales procedentes de la población local junto a un cuerpo de oficiales extranjeros. El desarrollo de identidades nacionales que pudiesen superar las divisiones locales, y sentimientos anti-colonialistas hicieron este método de control insostenible. Esta es una lección que occidente ha estado aprendiendo de nuevo en Irak y Afganistán.
El final de la Guerra Fría también supuso que los ejércitos de reclutamiento en masa habían perdido el enemigo para el cual se habían creado. La burocracia militar buscó nuevas razones para su existencia: es decir, nuevos enemigos. La guerra de Irak de 1991 proporcionó un prototipo para nuevas misiones militares: intervenciones humanitarias y para el mantenimiento de la paz.
Estas misiones eran de un carácter diferente, y los ejércitos de reclutamiento existentes eran menos apropiados para ellas. La mayor distancia entre el país de origen y el campo de operaciones requiere un mayor uso de tecnología con menos gente, ya que un ejército de reclutamiento en masa no es muy móvil. La rápida victoria en 1991 de la guerra de Irak alimentó el orgullo desmedido de que el giro tecnológico en la guerra había hecho posible la victoria sin bolsas para cadáveres políticamente costosas. La guerra de Kosovo de 1999 fortaleció esta idea.
Para esta nueva labor militar se necesitaban ejércitos reducidos y móviles con soldados bien entrenados. Los grandes ejércitos de reclutas pasaron a ser una reliquia del pasado. Los ejércitos profesionales eran más apropiados para esta labor. En la nueva situación política tras la Guerra Fría, el servicio militar obligatorio fue desapareciendo poco a poco en Europa. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989, el servicio obligatorio era aún la norma en Europa con algunas excepciones como el Reino Unido. Algunos países abolieron el servicio militar obligatorio bastante pronto, como Bélgica en 1994, mientras que la mayoría lo hicieron tras el año 2000. Hoy en día sólo unos pocos países continúan teniendo servicio militar obligatorio como Finlandia y Grecia. Circunstancias específicas explican la continuidad de estas antiguas posturas defensivas en estos países: principalmente grandes países vecinos que son considerados amenazas militares (Rusia y Turquía respectivamente).
La retórica sobre la responsabilidad de proteger los derechos humanos pretende ser nueva, pero la estrategia militar que está detrás de las ocupaciones para el mantenimiento de paz es en realidad el reciclaje de prácticas bélicas coloniales. Las ocupaciones necesitan botas sobre el terreno y eso es caro, mientras que continúa siendo difícil convencer al frente interno de la necesidad de dichos esfuerzos. La superioridad militar a través de tecnologías avanzadas demostró ser suficiente para vencer a los ejércitos anticuados de los países más pequeños. Pero el poder de destruir no proporciona el poder de gobernar, como quedó bien claro en las guerras de Irak y Afganistán. El cañón de un arma no es suficiente para proporcionar legitimidad y las potencias occidentales tuvieron que volver a aprender las lecciones de la Guerra de Vietnam y de otras guerras de descolonización.
Poco a poco las estrategias de guerra están cambiando de nuevo. Las intervenciones militares a gran escala, con ocupación militar y ambiciones de construcción de naciones, serán escasas. Las ambiciones se reducirán a retener a los terroristas con guerras de control remoto – vehículos aéreos no tripulados – mantener las cadenas de provisiones abiertas dando caza a los piratas y, cuando surja la oportunidad, a través de guerras de poder o echando una mano tecnológica a socios elegidos en guerras civiles. Es difícil defender estas estrategias con el discurso de los derechos humanos, así que se mantienen más encubiertas o son legitimadas con otros problemas (excepto en el último caso, donde “las entregas de armas humanitarias” pronto será el nuevo contradictio in terminis [contradicción de términos].
El servicio militar obligatorio no tiene ningún papel que desempeñar en estas nuevas estrategias militares y no regresará. Perdió su función dentro de estas estrategias, mientras que los objetivos de estas guerras no pueden legitimar muchas bajas ante la opinión pública nacional.
Para el movimiento antimilitarista, el servicio militar obligatorio era un objetivo lógico a través del cual podía incordiar la política bélica. Su desaparición no quiere decir que el movimiento antimilitarista también se haya quedado sin ocupación.
Las intervenciones militares continúan partiendo de bases europeas. El giro tecnológico dio a la industria de defensa un impulso y dicha industria es el mayor beneficiario de la política industrial de la UE. Además, el comercio de armas europeo está prosperando como nunca antes lo había hecho. Puede que el servicio militar obligatorio desaparezca de Europa, pero el militarismo está lejos de desaparecer. La transformación de las estrategias militares quiere decir que el movimiento antimilitarista también tiene que adaptar su sistema de actuación.

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