Hans
Lammerant, en El Fusil Roto
’Remote
control precision warfare’. Source: Somin Belcher, Alamy, via Brokeronline.euEn
Europa, el servicio militar obligatorio ha desaparecido prácticamente y ha dado
paso a ejércitos profesionales con armas de alta tecnología. Esto se debió a
una transformación de las estrategias militares y un cambio de los objetivos
políticos de la política de defensa tras el final de la Guerra Fría.
El servicio
militar obligatorio era apropiado dentro de las estrategias militares de la
Guerra Fría. Los ejércitos de masas (compuestos en su mayoría de reclutas)
estaban destinados a defender el territorio de un estado. Aunque la escalada
armamentista entre los dos bloques también incluía armas de alta tecnología, la
estrategia de masas incluía un amplio espectro de tareas militares que no
requerían un gran conocimiento técnico. Los soldados no precisaban un
entrenamiento largo antes de estar listos para desplegarse. Su papel era la
potencial carne de cañón en las guerras de desgaste comparables a las guerras
mundiales.
Dichas
estrategias sólo funcionan en guerras en las cuales el objetivo político es
visto lo suficientemente importante como para permitir que actividades, que
causan muchas bajas, puedan ser presentadas como en interés de la población
general.
El servicio
militar obligatorio tiene sus orígenes en el matrimonio entre el nacionalismo y
el estado. La Revolución Francesa transformó el estado, que llegó a asumir – al
menos en el sentido ideológico – los ideales políticos y las identidades
nacionales. La gente común se convirtió en ciudadanos, y a los ciudadanos se
les podía pedir que muriesen por su país. Napoleón creó grandes ejércitos de
reclutas y transformó la guerra en una batalla entre naciones en lugar de entre
reyes. Esta transformación desembocó en el horror de las dos guerras mundiales.
Continuando con la estrategia de la Guerra Fría en Europa, cuando grandes
ejércitos de reclutas combatían unos contra otros, y se agravó por el chantaje
nuclear de destrucción mutua.
Junto a esta
batalla entre naciones, algunos otros países europeos también tuvieron otro
negocio militar: el colonialismo. Por lo general, la guerra colonial no se
libraba con reclutas sino con soldados profesionales. Los países podían
convencer a su propia población para luchar como reclutas en la defensa de su
propio país, pero convencerles para morir en la otra punta del mundo por un
interés empresarial resulta menos fácil. Las intervenciones militares
contemporáneas son, por lo general, llevadas a cabo por profesionales o
voluntarios incluso en los casos en los que el servicio militar es obligatorio.
La
descolonización tras la Segunda Guerra Mundial dio otra lección a las potencias
coloniales. Cuando la gente desarrolla una idea común para deshacerse del
invasor extranjero, y cuando están dispuestos a morir por ello en una
resistencia tanto violenta como no violenta, es difícil mantener la ocupación.
El invasor tiene demasiadas pocas botas sobre el terreno para continuar
reprimiendo a la población. La mayoría de los regímenes coloniales contaban con
ejércitos coloniales procedentes de la población local junto a un cuerpo de
oficiales extranjeros. El desarrollo de identidades nacionales que pudiesen
superar las divisiones locales, y sentimientos anti-colonialistas hicieron este
método de control insostenible. Esta es una lección que occidente ha estado
aprendiendo de nuevo en Irak y Afganistán.
El final de
la Guerra Fría también supuso que los ejércitos de reclutamiento en masa habían
perdido el enemigo para el cual se habían creado. La burocracia militar buscó
nuevas razones para su existencia: es decir, nuevos enemigos. La guerra de Irak
de 1991 proporcionó un prototipo para nuevas misiones militares: intervenciones
humanitarias y para el mantenimiento de la paz.
Estas
misiones eran de un carácter diferente, y los ejércitos de reclutamiento
existentes eran menos apropiados para ellas. La mayor distancia entre el país
de origen y el campo de operaciones requiere un mayor uso de tecnología con
menos gente, ya que un ejército de reclutamiento en masa no es muy móvil. La
rápida victoria en 1991 de la guerra de Irak alimentó el orgullo desmedido de
que el giro tecnológico en la guerra había hecho posible la victoria sin bolsas
para cadáveres políticamente costosas. La guerra de Kosovo de 1999 fortaleció
esta idea.
Para esta
nueva labor militar se necesitaban ejércitos reducidos y móviles con soldados
bien entrenados. Los grandes ejércitos de reclutas pasaron a ser una reliquia
del pasado. Los ejércitos profesionales eran más apropiados para esta labor. En
la nueva situación política tras la Guerra Fría, el servicio militar
obligatorio fue desapareciendo poco a poco en Europa. Cuando cayó el muro de
Berlín en 1989, el servicio obligatorio era aún la norma en Europa con algunas
excepciones como el Reino Unido. Algunos países abolieron el servicio militar
obligatorio bastante pronto, como Bélgica en 1994, mientras que la mayoría lo
hicieron tras el año 2000. Hoy en día sólo unos pocos países continúan teniendo
servicio militar obligatorio como Finlandia y Grecia. Circunstancias
específicas explican la continuidad de estas antiguas posturas defensivas en
estos países: principalmente grandes países vecinos que son considerados
amenazas militares (Rusia y Turquía respectivamente).
La retórica
sobre la responsabilidad de proteger los derechos humanos pretende ser nueva,
pero la estrategia militar que está detrás de las ocupaciones para el
mantenimiento de paz es en realidad el reciclaje de prácticas bélicas
coloniales. Las ocupaciones necesitan botas sobre el terreno y eso es caro,
mientras que continúa siendo difícil convencer al frente interno de la
necesidad de dichos esfuerzos. La superioridad militar a través de tecnologías
avanzadas demostró ser suficiente para vencer a los ejércitos anticuados de los
países más pequeños. Pero el poder de destruir no proporciona el poder de
gobernar, como quedó bien claro en las guerras de Irak y Afganistán. El cañón
de un arma no es suficiente para proporcionar legitimidad y las potencias
occidentales tuvieron que volver a aprender las lecciones de la Guerra de Vietnam
y de otras guerras de descolonización.
Poco a poco
las estrategias de guerra están cambiando de nuevo. Las intervenciones
militares a gran escala, con ocupación militar y ambiciones de construcción de
naciones, serán escasas. Las ambiciones se reducirán a retener a los
terroristas con guerras de control remoto – vehículos aéreos no tripulados –
mantener las cadenas de provisiones abiertas dando caza a los piratas y, cuando
surja la oportunidad, a través de guerras de poder o echando una mano
tecnológica a socios elegidos en guerras civiles. Es difícil defender estas
estrategias con el discurso de los derechos humanos, así que se mantienen más
encubiertas o son legitimadas con otros problemas (excepto en el último caso,
donde “las entregas de armas humanitarias” pronto será el nuevo contradictio in
terminis [contradicción de términos].
El servicio
militar obligatorio no tiene ningún papel que desempeñar en estas nuevas
estrategias militares y no regresará. Perdió su función dentro de estas
estrategias, mientras que los objetivos de estas guerras no pueden legitimar
muchas bajas ante la opinión pública nacional.
Para el
movimiento antimilitarista, el servicio militar obligatorio era un objetivo
lógico a través del cual podía incordiar la política bélica. Su desaparición no
quiere decir que el movimiento antimilitarista también se haya quedado sin
ocupación.
Las
intervenciones militares continúan partiendo de bases europeas. El giro
tecnológico dio a la industria de defensa un impulso y dicha industria es el
mayor beneficiario de la política industrial de la UE. Además, el comercio de
armas europeo está prosperando como nunca antes lo había hecho. Puede que el
servicio militar obligatorio desaparezca de Europa, pero el militarismo está
lejos de desaparecer. La transformación de las estrategias militares quiere
decir que el movimiento antimilitarista también tiene que adaptar su sistema de
actuación.
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